Dice la anécdota que hace muchos
años, un grupo de cristianos, a pesar de que Jesus les había dicho, “… Id, y
haced discípulos a todas las naciones…”, dijeron, “Construyamos un templo aquí
y centralicemos todo en este lugar, así no seremos esparcidos, tendremos cultos,
predicadores, cantantes, veladas de oración, comidas, fiestas, entrenamientos e
invitaremos a los no creyentes para que se rindan al Señor, ¡Seremos una gran congregación!”
Desde entonces muchos grupos de creyentes
comenzaron a soñar con su propio templo para centralizar sus actividades, llegando
al extremo de no solo invitar a los no creyentes, sino también a los creyentes de
otras congregaciones. Como resultado, algunos de ellos iban de templo en templo
buscando eventos.
Poco a poco se estableció una
amigable competencia en la que los unos a los otros se preguntaban, cuanta
gente asistía a sus actividades. Los que tenían mayor asistencia se sentían exitosos
y los que tenían menos se sentían como fracasados.
De esa manera dedicaban grandes
sumas de dinero y tiempo en la construcción y mantenimiento de edificios donde ponían
en práctica la gran omisión que dice: “…. Venid y haced discípulos a todas las
naciones invitándoles que vengan a todas las reuniones a recibir información
sobre todo lo que os he mandado.”
Entonces, ¿Hicieron mal en construir
templos? No, el problema radicaba en que tenían una estrategia de
centralización, no de expansión, y en que median el éxito no por el número de
personas enviadas, sino por el número de personas que llegaban a sus edificios.
Opino que una congregación como
otras instituciones puede tener su edificio. Por ejemplo, la policía tiene su
edificio, pero ellos no son conocidos por lo que hacen en su edificio, sino por
lo que hacen fuera de él. Igual los bomberos. ¿Podríamos los cristianos ser más
conocidos por lo que hacemos fuera de nuestros edificios que por lo que hacemos
adentro?