03 julio 2013

CARTAS


No soy aficionado al juego de cartas, pero recientemente jugué con mis nietos y note que uno de ellos jugaba las cartas sin pensar. Esto me hizo analizar la semejanza que este juego tiene con la vida: Primero, no tenemos control de cuáles cartas recibimos. Segundo, tenemos control de cuáles cartas jugar y tercero, a veces tenemos oportunidad de sacar o cambiar cartas. Lo interesante es que jugadores con buenas cartas a veces pierden y viceversa.  

Hay gente que llega a este mundo con una mano de cartas muy precaria: Sin padre, sin dinero, y en un lugar donde no hay muchas oportunidades, pero van discerniendo la situación, juegan sus cartas sabiamente y ganan la partida. También hay quienes habiendo recibido un juego excelente, lo pierden   por la manera como juegan.

En el juego de la vida uno no debería lamentarse de las cartas que le tocaron, ni confiarse porque tiene unas buenas. Lo que debemos hacer es jugar lo mejor que podamos.

Relacionando este asunto con el ministerio, he observado que algunos pastores han comenzado  con excelente cartas: Facilidades bien ubicadas, líderes dedicados, buenas finanzas, hijos con talento musical que respaldan su ministerio y una preparación anterior que los capacitó para usar la tecnología. Otros inician su ministerio como resultado de una crisis en la iglesia, sin preparación teológica, con déficit en el presupuesto, con un grupo de creyentes desanimados y sin saber por dónde comenzar.

Sin embargo, todos tenemos una carta ganadora que necesitamos aprender a usar, está en Ef. 1:3-4 “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en el antes de la fundación del mundo,…” Antes de que el juego comenzara, Dios ya nos había dispuesto las cosas para que fuéramos vencedores.

 

 

 

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