No soy
aficionado al juego de cartas, pero recientemente jugué con mis nietos y note
que uno de ellos jugaba las cartas sin pensar. Esto me hizo analizar la
semejanza que este juego tiene con la vida: Primero, no tenemos control de
cuáles cartas recibimos. Segundo, tenemos control de cuáles cartas jugar y tercero,
a veces tenemos oportunidad de sacar o cambiar cartas. Lo interesante es que
jugadores con buenas cartas a veces pierden y viceversa.
Hay gente
que llega a este mundo con una mano de cartas muy precaria: Sin padre, sin
dinero, y en un lugar donde no hay muchas oportunidades, pero van discerniendo la
situación, juegan sus cartas sabiamente y ganan la partida. También hay quienes
habiendo recibido un juego excelente, lo pierden por la
manera como juegan.
En el juego
de la vida uno no debería lamentarse de las cartas que le tocaron, ni confiarse
porque tiene unas buenas. Lo que debemos hacer es jugar lo mejor que podamos.
Relacionando
este asunto con el ministerio, he observado que algunos pastores han comenzado con excelente cartas: Facilidades bien
ubicadas, líderes dedicados, buenas finanzas, hijos con talento musical que
respaldan su ministerio y una preparación anterior que los capacitó para usar
la tecnología. Otros inician su ministerio como resultado de una crisis en la
iglesia, sin preparación teológica, con déficit en el presupuesto, con un grupo
de creyentes desanimados y sin saber por dónde comenzar.
Sin
embargo, todos tenemos una carta ganadora que necesitamos aprender a usar, está
en Ef. 1:3-4 “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos
bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,
según nos escogió en el antes de la fundación del mundo,…” Antes de que el
juego comenzara, Dios ya nos había dispuesto las cosas para que fuéramos
vencedores.
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