La palabra disciplina no figura mucho en el vocabulario
cristiano. Aceptamos que un deportista profesional, o un militar sean
disciplinados, pero un creyente no porque Cristo nos ha hecho libres y le damos
libertad al Espíritu.
Pero este enfoque de la vida cristiana se parece al labrador que salió por la mañana a
ordeñar la vaca y en el camino recordó que necesitaba huevos para el desayuno y
espontáneamente cambio su ruta hacia el gallinero. Cuando casi llegaba al
gallinero, vio que agua salía del cuarto de herramientas y decidió investigar.
Al descubrir una llave de agua dañada se encaminó hacia la llave principal para
cerrar el paso de agua y poder cambiar la llave dañada. Después de cerrarla, la
esposa le recordó que le pusiera maíz a las gallinas. Espontáneamente fue en
busca del maíz y cuando ya tenía la bolsa en su mano, sonó el celular, era el
vecino que tenía un problema…
¿Ya se dio cuenta que la historia es una exageración? En
verdad se parece a la manera como algunos creyentes viven su vida, yendo de un
asunto a otro sin concentrarse en ninguno. Y ¿A qué se debe dedicar uno como
cristiano? Básicamente a:
1.
Pulir su carácter a la imagen de Cristo.
2.
Ayudar a otros a conocer y ser como Cristo.
¿Cómo se puede lograr esto? No espontáneamente, pero intencionalmente.
Aquí es donde disciplinas espirituales
vienen en nuestra ayuda. Su práctica intencional y perseverante va transformando
nuestro carácter. No hablo de una práctica rigurosa e impositiva, estilo fariseo,
de afuera para adentro.
Pablo le pidió a Timoteo que fuera intencional cuando le dijo: “Tu, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo… Y también si
lucha como atleta, no es coronado si
no lucha legítimamente. El labrador,
para participar de los frutos, debe trabajar primero.” 2 Timoteo 2:3-6 RVR